jueves, 1 de diciembre de 2011

Ideas desesperadas

A veces, en mitad del sueño, la mujer se despertaba sobresaltada.
Extrañas ideas sobre la vida y la muerte la asaltaban, asustándola, dejándola inquieta y ahogada en el abismo del no saber. Ideas que le susurraban la existencia de otros mundos, de otro conocimiento, de otras formas de relacionarse con el mundo.
Unas veces le decían: “por qué la muerte?”, y otras: “ ¿por qué el envejecer?, y más aún:”tú nunca envejecerás, ¿a dónde vas a ir si envejeces, si mueres?”.
Y la mujer desconocía qué hacer con todas estas ideas, o cómo quitárselas de la mente una vez insertas en ella, así que trataba de apartarlas de su pensamiento dedicándose a las tareas cotidianas que el mundo –una sucesiva cadena de acontecimientos fortuitos o no- le había impuesto: la esclavización de gran parte de su vida a cambio de una casa, ropa y comida.
La mujer sentía que todo aquello, a pesar de ocupar la mayor parte de su tiempo vital, le era ajeno, y que tal vez viviese en una burbuja de cotidianeidad en un universo que tuviera preparado algo más para ella, algo más elevado, más importante, más sublime, más ella misma.
En esa búsqueda de sí misma en un universo infinito-o finito pero inmenso- inteligente o no, la vida se le escapaba día a día entre ollas calientes, ropa por lavar y planchar y suelos por fregar.
Y el espejo le devolvía cada día un rostro más cansado y más desesperado, y una mirada cargada de preguntas.
Mas mientras tanto, en algún lugar incierto, fuera de la burbuja, su verdadero yo, intangible y etéreo, la llamaba a voces, intentando que lo viese.

martes, 1 de noviembre de 2011

El lobo estepario

Un grito de angustia contra la sociedad materialista y superficial que veía cómo millones de personas iban a morir en una guerra y que sin embargo seguía, alegremente, ese camino.
El ex profesor-escritor Harry Haller es un tipo de hombre que se da cuenta de que las cosas no son como las están contando desde los medios de comunicación y las altas esferas, una persona que no se divierte con lo que divierte a los demás, que califica de mala calidad la música que a todos anima, de falsas las noticias que la prensa divulga sin llegar a exponer claramente razones para sustentarlas.
Harry, el “lobo estepario”, conoce a otra "loba esteparia", una prostituta lúcida y singular que consigue acallar (mas no del todo) su propia voz interior de angustia con la anestesia de los pequeños placeres banales, y le enseña a él a hacer lo mismo.
A fin de cuentas, ella no es más que otra de las personalidades del mismo Harry.
Esto mismo debe aprender de Mozart y de los inmortales (grandes genios del arte, que viven en un mundo elevado, en los arquetipos del subconsciente colectivo): a reír, a tomar todo como un chiste, para poder seguir viviendo, cargando con la culpa de la existencia, la culpa de vivir en un mundo en el que uno es capaz de irse de fiesta mientras la sociedad se encamina hacia la guerra bajo ideales vacuos, sin verdadero contenido.
Nada le salva a esta personalidad atormentada por la desesperación de no poder sentir y de sentir demasiado hondo, al mismo tiempo: no poder sentir alegría, como sus iguales, y resignarse a ello, a ser diferente; y sentir demasiado hondo la tristeza, el dolor y la muerte de miles de seres, todos aquellos perdedores en las desigualdades y las crueldades de su tiempo.
Nada le salva, ni el amor, al cual destruye.
Sólo la risa, tal vez la risa, la verdadera, la despiadada, la risa justa e injusta, aquélla que está por encima del bien y del mal.

sábado, 22 de octubre de 2011

Extrañeza de vivir

Se dice que Stalin mató a veinte millones de personas.
De entre esos millones, en 1933 puso a seis mil en una isla desierta, sin provisiones ni herramientas.
Los cogió de las calles, a niños también, y los deportó allí, ya que sobraban. Sobraban porque, debido a una mala gestión suya, se produjo una hambruna que causó un éxodo rural hacia las ciudades.
Al final, acabaron comiéndose unos a otros.
Al final, acabaron comiéndose unos a otros.
Comiéndose.
Unos a otros.
Las mujeres jóvenes eran las más apetecibles: tenían carnes blandas.
Pechos, glúteos…
Eran las más cazadas.
Cazadas.
Un solo hombre frente a millones de personas.
Un solo hombre, mas nadie le hizo frente.
¿Qué mueve a millones de personas a la negligencia de dejar que un solo hombre los aniquile?.
¿Qué suerte de cobardía inmoral y deforme permite que un maníaco domine y dirija el dolor y la muerte de todo un país?.
¿Estamos libres de que eso ocurra de nuevo, como ha ocurrido otras veces en la Historia de la humanidad?
¿Quién lo va a impedir?.
¿Acaso yo?.
¿Qué diferencia a esa gente que se comió una a otra de mí?; ¿soy yo diferente? ¿haría yo lo mismo?; ¿denunciaría yo a mi propia madre, para que la fusilaran por atentar contra el Estado, como se hizo?; ¿adoraría yo a Stalin como a un dios, como se hizo?; mas aún: ¿produciría y dirigiría yo la tortura y la muerte de veinte millones de personas?; ¿las enviaría yo a una isla desierta, sin recursos, a que acabasen devorándose unas a otras?.
Se dice que en cada uno de nosotros reside tanta capacidad de hacer el bien como de hacer el mal.
¿Acaso tiene eso sentido alguno?; ¿tiene sentido eso en términos de edades geológicas?; ¿tiene sentido para el mundo subatómico?; ¿lo tiene para un delfín o para un chimpancé?; ¿tiene eso sentido para Dios?.
¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?.
Miserables mortales, abrid los ojos, gritaba impotente el gran Leonardo da Vinci.
¿Es posible, es necesaria tanta maldad?.
¿Qué importa, a los ojos del universo, tanta maldad?.

sábado, 3 de septiembre de 2011

El sexo

Se aspiraba el olor visceral a piel, a líquidos, a vapores salados que venían directamente de lugares muy oscuros.
El tacto de unas manos calientes lo empañaba todo, todo, absolutamente todo. La mente ya no podía sino respirar, respirar, respirar. Y no pensar. Y respiraba humo, saliva, y corrientes eléctricas.
La mente, agotada, se echaba a un lado, a aquel lado en el que dejaba de ser ella misma.
En círculos concéntricos el corazón y la cabeza marchaban detrás de los vapores de negro incienso.
Las yemas de unos dedos gigantescos rozaban los cuerpos enteros, lenta y pegajosamente.
Era solamente un cuarto en penumbra, pero en aquel cuarto en penumbra los cuerpos lo ocupaban todo, todo, todo.

jueves, 18 de agosto de 2011

LA CIENCIA

Concienzudamente, el alquimista pesaba –y sopesaba- una vez más su último descubrimiento: una sustancia que, al ser ingerida, transportaba a un mundo de ensueño, un mundo onírico intuido solamente y sólo tal vez, a través del sueño, y en uno muy afortunado.
Llegada a sus manos como por casualidad, la primera vez la miró, la remiró y, al no conseguir experimentar nada de esa manera ni lograr algo de ella combinándola con otras materias, la olió (y el olor era más bien desagradable, por su cualidad mohosa) y la probó.
A los minutos, tal vez horas, el alquimista cerró los ojos, se echó en un catre, y supo por primera vez en su vida, que lo que buscaba, por fin lo había hallado.
Y nada más en su mundo anterior tuvo ya ningún sentido: en aquella experiencia, tan real como imaginaria, comprendía de pronto el universo entero, aprehendiéndolo para siempre en su mente.
¿Podía haber felicidad mayor para un hombre de ciencia, de la verdadera Ciencia?
Qué poco sabían sus contemporáneos sobre las principales aspiraciones de los que eran como él; qué poco de sus larguísimas horas en pos de la verdad, qué miserablemente comprendidas eran sus vicisitudes y cuán poco le importaban a él, en realidad, todas estas cosas ahora.
Por fin entendía. Por fin perdonaba. Por fin pensaba. Por fin todo, todo en este nuevo mundo que se le abría ahora, tenía un mismo hilo conductor, un sentido.
Y el alquimista, más solo que nunca, se sintió por primera vez, la persona más acompañada del mundo.

lunes, 15 de agosto de 2011

Historia de amor

Aquella helada noche de invierno en Granada, la bailarina se hallaba en un café.
Mirando a través de un amplio ventanal, la lluvia caía, bañando los cristales.
Esperaba.
Un bonito reloj de pulsera plateado, regalo de un antiguo amor, le recordaba que hacía ya diez minutos que la hora de su cita había transcurrido.
La bailarina cerró los ojos, posando sus largas pestañas negras  de rimel, unas sobre otras. Cerró los ojos recordando el sabor de la piel de aquel a quien esperaba tras la lluvia.
Un camarero se acercó a la mesa de mármol blanco frente a la cual ella esperaba.
_¿Desea algo más la señora?_ le preguntó, amable y profesionalmente.
La bailarina escuchó la última palabra casi como si se tratase de una sentencia de muerte. Con ella se abría  todo un mundo de angustia, soledad y miedo a la decadencia: un mundo que la aguardaba en su casa, cada vez que llegaba de noche, tras una función; que la asaltaba en el espejo de su cuarto de baño, cada vez que se levantaba en medio de la noche; que la atacaba cuando no había nadie con ella, o cuando comprobaba que la competencia era cada vez más joven y más bella, o cuando se acordaba de su rostro de hacía veinte años.
_No, gracias_ le dijo, sin mirar al hombre a los ojos y con un ligero desprecio en el tono de su voz.
Volvió a echar un vistazo al reloj. Quince minutos habían pasado y en el café una pareja se marchaba. _No va a venir_ se dijo, con las lágrimas agolpadas ya en los hermosos ojos negros.
Y las voces de su mente, ésas que aprovechaban el mínimo momento de flaqueza para atacar sin piedad, le empezaron a susurrar primero y a gritar después, que nunca habría alguien interesado en ella.
Respirando hondo, la bailarina se alzó sobre sus zapatos de tacón y fue a pagar a la barra. Un _gracias, señora_ la despidió. La lluvia le caía sobre el cabello, ahora con más fuerza que antes, y unas pequeñas gotas negras le resbalaban por la cara.
Sobre las baldosas de Plaza Nueva, repiqueteaba el taconeo de sus zapatos flamencos mientras se marchaba a casa.
Cinco minutos después, un apuesto y trajeado hombre moreno, llegó a un café con las persianas bajadas, casi totalmente cerradas.
Con un amplio paraguas negro, se maldecía a sí mismo por acudir tarde a una cita.
 _¿Por qué no le pedí el número?_ se decía, con la tristeza que emana de saberse abandonado una vez más por el amor eterno.
Miró su reloj, en unas horas marcharía a Dubai. La lluvia era una cortina de agua fría que salpicaba sus caros zapatos negros.
Anduvo aún por una plaza vacía unos minutos.
Nada o nadie le esperaba. Lenta y pensativamente, regresó a su hotel.

jueves, 4 de agosto de 2011

Tras el mar

En aquella isla desbordante dejaba todos mis recuerdos.
Conforme el barco se alejaba, la brisa cargada de sal me lanzaba a la mente todas aquellas tardes en lo alto de las rocas, contemplando el mar.
¿Que sería de él, de mi amor?
El ruido del ferry llenaba mis oídos por momentos, gritándome que no me fuera, que no abandonara, que tarde o temprano, con constancia, conseguiría aquello que anhelaba.
Pero yo ya no quería escuchar. Desde muy niña, cuando no podía soportar algo -un comentario sobre mí oído furtivamente, a mis espaldas, un castigo pendiente por una trastada hecha, una mala mirada de alguien querido por mí-, cuando algo me hacía daño, daño en el alma, huía de ello, me refugiaba en mí misma, en mi imaginación,
cubría mis oídos con las manos y repetía, a veces mil veces, una palabra distractora, para olvidar aquello que me perturbaba.
Desde niña, aprendí a huir de mis sentimientos.
No había vuelta atrás. El barco se iba, la playa desaparecía ante mi vista cargada de lágrimas. La belleza me dejaba sin habla, una vez más.
_Si algún día me establezco en alguna parte, si algún día me convierto en una persona normal, con una casa y un trabajo estable_, me dije a mí misma, _juro que será aquí, aquí, en esta isla_.
La isla se me había clavado en el alma como el amor se me había clavado en el cuerpo, como un aguijón. Con un veneno lento me consumía la tristeza.
¿Por qué algunas personas sienten con tanta intensidad?; ¿por qué no podemos ser todos iguales?; ¿por qué no podemos amar sin más, con alegría, y olvidar sin más, con facilidad para empezar de nuevo?
Mi alma era como ese mar que dejaba atrás, todo lo empapaba tan profundamente que era incapaz de deshacerse de aquello que una vez hubiese formado parte de ella.
_Nunca más volveré a verte, lo juro_, le grité al viento.
Mas fue un grito silencioso, tan sólo para mis oídos.
Las aguas oscurecidas se movían turbulentas, por el paso del barco; el aire se iba haciendo más frío, en el horizonte la luna dejaba ya sus rayos sobre el reflejo del mar. Algunos pasajeros charlaban mientras contemplaban la puesta de sol al retirarse el ferry. Un intenso olor a café me llevó hasta dentro, el cielo estaba oscuro y estrellado.



sábado, 14 de mayo de 2011

Inspiración

Las aguas cristalinas caían, poco a poco, desde un huequecito rajado en medio de la roca, hasta el riachuelo que esperaba abajo. El sonido del agua fresca chocando sobre las piedras se esparcía por entre las plantas y árboles, entremezclándose con el aleteo de las libélulas y los cantos de los pájaros, a lo lejos.
Había un enigma en todo ello.
Una misma música lo enlazaba todo, pues el mundo visible puede trasladarse a un compendio de números, y estos, a su vez, a una serie de notas musicales, y juntas todas, a una sinfonía.
La muchacha se hallaba sentada en la hierba, pensando en esto.
El cuerpo mismo de la muchacha se podía trasladar a un conjunto de números, y éste era a su vez una sinfonía completa.
El mundo entero, quizás el universo entero, podía traducirse al lenguaje musical y consistir en una sinfonía completa, perfecta. Universo. Uni-verso. Un solo verso, ¿era éste, quizás, el significado de la palabra? La física ha dicho que todo proviene de uno, de un mismo punto infinito por arriba y por abajo, en el espacio. Eso mismo lo dijeron otros, por pura intuición, que se sepa, muchísimos años antes.
Si una misma música lo forma y conforma todo, ¿debería ser una música sin sentido, o con él? Una música cuyo significado sólo tiene sentido por su traducción a números, mas una música al fin y al cabo, con posibilidad de combinaciones nuevas, todas predichas desde una misma fase.
En esto pensaba la muchacha, aquella hermosa tarde de primavera, junto a un río.
Tenía el cabello largo y oscuro y la piel suave.
Elevó sus ojos al cielo, el tiempo había cambiado de pronto, unas nubes grises oscurecían el horizonte y una pequeña gota le había caído en la frente.
En aquel mismo momento se acordó de aquel hombre moreno y un escalofrío de agrado le recorrió el cuerpo.
Es tan bello el comenzar de un amor nuevo, sobre todo en primavera.

viernes, 13 de mayo de 2011

La frivolidad

¿Y si escribo algo, algo que me salga de las entrañas?
Me siento ante el ordenador y dejo que las palabras fluyan.
Si me concentro en la pasión, las palabras fluirán.
La pasión. Si me concentro en la pasión, las lágrimas brotarán de mis adentros, mi mente se irá a un recuerdo vívido en el que la sangre me palpitaba en las venas, por belleza o por miedo, por ira o por llanto, quizás por puro deseo o por ansia pura de abrazar a alguien.
Las lagrimas brotarán diciéndome, gritándome que vuelva a aquella vida, a aquellos momentos en los que, desesperada, pedía a Dios que me llevase a un mundo predecible y seguro.
Un mundo predecible y seguro, ese mundo al cual he tratado de acceder toda la vida, desde que tengo recuerdos. Y, cuanto más cerca me hallo de ese mundo, más siento lo poco que pertenezco a él.
Hay en mí miles de vidas, de sentimientos, de historias vividas o por vivir.
Quizás fui demasiado deprisa.
Quizás demasiado lejos.
Cuando yo nací, las palabras se pararon. El mundo me vino grande, yo le vine grande al mundo. Nunca supe qué debía hacer o cómo comportarme. Por ello hice lo que se esperaba de mí.
La libertad se viene abajo cuando el espíritu se ahoga, en pos del bien común.
¿Dónde queda el arte, cuando se ha de actuar en pos del bien común?
Yo sólo soy yo cuando mi corazón se crece, para escribir. En ese íntimo éxtasis me vacío de mí, me posee mi otro yo, ése al que no le importa el quedar bien, el sueldo a fin de mes, la seguridad de una casa, la comida, ropa, techo, el futuro propio y del hijo.
Hay un extraño ser dentro de mí, es alguien a quien no conozco, pero siempre me ha acompañado. Me empuja a soñar, aunque sepa que es todo mentira. Me anima a danzar cuando todos están atareados en cosas serias.
Me lleva por el mal camino cuando quiero portarme como me enseñaron.
Hay un monstruo agazapado en mí y creo que nunca sabré su nombre.
En silencio, abandonado, abre las puertas de mi alma.

viernes, 1 de abril de 2011

Una carretera y un cielo

Miro una foto: una carretera y un cielo abierto, y por entre las nubes disipadas se cuelan los últimos rayos del sol de un día más.
Una carretera que tomaría ahora mismo, sin dudarlo, para dar marcha atrás.
Y si pudiera dar marcha atrás, volvería a una de esas fiestas en El Cairo, en una noche de verano. Cubierta de pañuelos que abandonaría a la entrada del local, me despojaría de mis miedos para reír, bailar, conversar y flirtear. Para entrar en el denso y complejo mundo de la frivolidad de una fiesta con gente adinerada en un mundo en el que hay pobres pidiendo en cada esquina.
Cada mañana veía al mismo niño, tirado en una calle, durmiendo. La calle sucia, terriblemente sucia, y el niño con la cabeza llena de calvas, como comida por la tiña o por la desnutrición, o por una vida demasiado larga en un cuerpo demasiado joven. Le veía durmiendo, y le metía dinero en el bolsillo. Qué más podría yo hacer? Ahora imagino que por esa carretera yo volvería atrás, y me lo llevaría a casa, a darle de comer, limpiarle, abrazarle, hacerle mi niño. Tal vez haya muerto. Puede que sea incluso mejor que haya muerto.
La vida sin pasión es la muerte lenta del alma.
Volvería hacia atrás y me sumiría en el caos de unas calles pobladas de gente agolpada, de unos coches en constante ruido de claxons, de miradas pegajosas y palabras descaradas. Del aroma a especias mezclado con el olor de motores y el sudor de la gente, al calor imposible del verano.
Volvería allí y una vez más maldeciría el estar allí. Maldeciría el ruido, la polución, a los hombres. Miraría de nuevo con cierta rabia a las mujeres de rostro cubierto, amaría la dulzura en los ojos de los niños, la comida asequible a cada paso en las calles, los sabrosos zumos naturales.
La seguridad de lo que poseo, al otro lado de esa carretera, y todo el oro del mundo, lo cambiaría yo por aquella sensación.
Estaba viva.

viernes, 25 de marzo de 2011

El dolor

El gran drama del ser humano es que el dolor no tiene final.
Una vez hecho este descubrimiento, una desazón se apodera del alma, y ya nada viene a ser igual.
Mientras el dolor se adueña de la mente, desaparecen la esperanza, la fe, la solidaridad y el amor.  
Porque todo se desvanece frente al dolor.
Mas la verdadera revelación ocurre cuando se sabe que no tiene por qué tener un final, más allá del final de la propia vida.
Entonces se pierde la fe y se sabe que no hay dioses esperando en ningún lado.
Y cuando todo pasa, si es que pasa, el entender que nada ha cambiado alrededor, que nadie puede saber que has sufrido, que nadie sufre contigo, te hace ver que estamos solos, solos en el dolor.
Los tiranos saben de lo que hablo, porque usan la fuerza y la brutalidad, como aconsejaba Hitler, para dominar a los demás. Llevar a la gente al límite de su dolor la fuerza a cambiar.
Hay una sabiduría en el dolor, igual que hay una sabiduría en el amor, y en la alegría.
En época alegre, uno cree, se comunica, ama a su prójimo y se enamora.
Para el dolor no hay, sin embargo, un entusiasmo o motivación, más allá del momento presente. Uno sólo puede pensar en que acabe, o en que acaben con su vida.
Pero si finalmente acaba, regresan los dioses, regresa el entusiasmo, los amores, la vida. Es muy fácil olvidar el dolor.
El conocimiento que el dolor trae consigo, ése, sin embargo, jamás se olvida.

Una maleta roja

Una maleta encima de un armario. La maleta esta vacía, el armario está lleno de ropa.
La muchacha lleva viviendo en la casa más de tres años.
      La maleta, grande y de un intenso color rojo sangre, aguarda en silencio. Ella no dice     
      nada, las maletas no hablan. ¿Las maletas no hablan?
Cada mañana, cada noche, la muchacha se levanta y se acuesta en su cama. La deja, la hace, la deshace, se mete en ella. Cada día el mismo ritual, varias veces al día.
La maleta está encima del armario.
A veces, la muchacha piensa en quedarse.
Tal vez, en este lugar, puede que, si tal vez se decidiera a quedarse, podría ser feliz.
Ella no sabe que puso su gran maleta roja encima del armario guardarropas y que, haga ella lo que haga, piense lo que piense, aquello está allí, flotando en el ambiente caldoso de su subconsciente, en el limbo de su mente.
¿Cambiaría ella de opinión si lanzase la maleta al río, si se deshiciese de ella como uno se deshace de un cadáver? ¿Será que los objetos no son tales, sino que, tal como si estuvieran dotados de vida propia, deciden sobre la vida de uno?
La muchacha no lo sabe, y tampoco lo piensa.
Un pensamiento así no es digno de ella, ni de nadie, más que de un loco o de un perezoso.

lunes, 14 de marzo de 2011

Más de mil años

Tengo más de mil años. Siento el peso de millones de almas sobre mis espaldas, y una afilada espada clavada en el corazón.
Hace un tiempo yo era alegre, fresca y clara, como las aguas de un riachuelo campestre en primavera.
No sé cómo fue, qué pasó por medio, hoy soy la persona más anciana del mundo.
Por mi vida desfilaron las promesas, el amor, los huracanes devastadores, los silencios desastrosos, las mil mentiras.
Tengo más de mil años. Y toda la experiencia acumulada en los ojos.
Si me ves, ves a una persona de aspecto joven. Si cierro los ojos, todo está bien.
Pero si me miras, si tus ojos se paran en los míos, sabrás los sucesos de toda la Historia.
Tengo más de mil años. Los viejos lo saben. En mi mirada vidriosa descubren la suya.

sábado, 5 de marzo de 2011

Cuando te enamores

-Cuando te enamores- le habían dicho a la muchacha-, verás a la persona de quien te hayas enamorado, como la más hermosa del planeta. No le encontrarás defectos.
Eso a ella, a sus treinta y tantas primaveras, todavía no le había sucedido.
Mientras tanto, lo que sí había ido obteniendo era un conjunto de experiencias, más o menos amorosas unas, más o menos pecaminosas otras, que colocadas unas sobre otras de manera que encajasen, conformaban una especie de rompecabezas maravilloso, una figura que podría parecerse mucho al ser amado.
La muchacha se quedaba observando esa figura, detenidamente, a veces durante horas, y abrazada a ella, le decía cosas bonitas, y ésta se las devolvía a su vez.
Aquel día de sol y brisa fresca, en el campo, junto a un pequeño río, un primer novio la había amado intensamente. Un amante furtivo, en el frío de una noche sevillana, le demostraba a zarpazos su amor efímero. Un alto y apuesto extranjero clavaba su mirada en la de ella, un otoño madrileño, mientras la besaba en su lecho de flores blancas.
Uno tras otro, sus amores baratos le regalaban instantes magníficos, precisamente porque eran muchos y precisamente porque eran cortos.
La muchacha dudaba de que algún día conociese el amor verdadero, ése que borraba toda huella de fealdad, toda imperfección, todo paso del tiempo  en el cuerpo físico del amado. Y en el cuerpo mental, también.
Abrazada a su manta, hecha de retales de telas tomadas de aquí y de allá, se las ingeniaba para conocer a su próxima víctima. Una infinitesimal punzada de melancolía rozaba entonces su corazón. En esos momentos, respiraba hondo, cerraba los ojos y recordaba aquella arena fresca y su cuerpo mojado contra el de él, en una oscura y calurosa noche de verano barcelonesa.

viernes, 4 de marzo de 2011

Los amantes

Al frescor de una noche de verano, el sabor del agua salada salpicaba la saliva de los dos amantes. Ambos eran jóvenes y hermosos. La noche estrellada del Mediterráneo les envolvía, encogiendo sus adentros con un no sé qué silencioso, cadencioso y al mismo tiempo, extrañamente triste.
Ambos sabían que dependía del momento aquel acto sagrado que se disponían a cometer, que ya estaban cometiendo, sin saber por qué.
Ambos sabían que era puro milagro el haberse mirado de aquella forma, el haberse llamado con el cuerpo, el haberse arrastrado el uno al otro sin apenas mediar palabra, sin saber sus nombres, sin querer saberlos.
La Luna los miraba, en todo su esplendor. Qué envidia no ser ellos, recogidos en un abrazo eterno, bajo el agua oscura, salada y fría.
Imposible dejar de mirarles, descarados y bellos, amándose a espaldas de todo, queriéndose por entero en un instante, abrazados al mar, deshaciéndose en agua.
La Luna mandó su reflejo blancuzco, deseando agarrar un poco de aquello.
Mas ellos continuaban, felices en su infinita desaparición en el instante presente.
Los amantes siguieron después en tierra firme.
Y de nada le valió al Sol anunciar, con sus rayos, que aquello se acababa.
De nada les valió a los pajarillos del campo asomar sus piquitos y empezar su función musical.
Ellos, enfrascados en la única certeza de que disponían, dueños de sus almas, tan sólo cesaron cuando, mirándose exhaustos, sus besos cansados, no supieron qué decirse el uno al otro.
La Luna, ya borrada su presencia por la claridad del día, se sonrió en silencio.
-Eso lo sabía yo-, se dijo. Ahí no había nada; ni sentimiento, ni espiritualidad: puro deseo carnal-.
Los amantes, sin embargo, recordarían aquel  suceso durante toda su vida.
Y el mundo, ajeno a él, carecería de sentido, de no haber ocurrido.

sábado, 19 de febrero de 2011

Monstruos

La muchacha se miraba al espejo, cansada de oír que era bella, realmente bella. La gente la admiraba por la calle, los hombres la miraban , le escribían cartas de amor, morían por aquellos ojos suyos, por aquellos labios, decían.
La muchacha se miraba al espejo. Ella veía unos ojos, una nariz, una boca. Miraba y remiraba aquellos rasgos, en busca del secreto de la felicidad. Colocaba el espejo de cara a su figura, y donde los demás añoraban un cuerpo de ensueño, ella tan sólo descubría una piel gastada, una masa informe, un conjunto de huesos, músculo, vísceras, revoltijo de pieles arañando su esencia.
Donde todos hallaban una hermosa sirena, ella encontraba un feo escarabajo.

Uno por uno, la muchacha a sus novios los fue rechazando. El amor se acercaba, mas el  montruo lo alejaba enseguida, pues el monstruo la amaba. Y ella le amaba a él.

Uno por uno, aquellos príncipes de porcelana y sueño, le ofrecían tesoros, palacios, la vida entera, el amor.
Ella creía amarles, les sonreía, les abrazaba, les hacía elevarse al cielo.
Mas al final, el monstruo les expulsaba para siempre.

En la soledad del espejo, la muchacha lloraba por su suerte amarga: "¿qué he hecho yo, Dios mío, para ser tan fea?". El monstruo se reía, con dientes picados, sabiéndose vencedor una vez más.

Él veía lo que todos: una hermosa mujer, tan dulce y serena que, por ella, hasta el alma se daba.

sábado, 12 de febrero de 2011

Paisajes

En las inmensidades de los océanos descansan seres de apariencia fantasmal y espíritu lento, desahogado y monstruoso. Su existencia transcurre sin que sea alterada, al menos conscientemente, por fenómeno alguno del lado humano.
Estos seres, aparentemente inservibles más que para la Ciencia, no saben de la vida de fuera.
Alrededor de la fosa de las Marianas, donde la Tierra se abre en llagas  que escupen columnas de fuego como las del Apocalipsis, la vida se ha adaptado a ese infierno particular, y surge en diferentes y extrañas formas para nuestros prejuiciosos ojos.

Una ciudad entera, en la que cupieron un día varios de miles de personas, me fue una vez enseñada en una áspera y asombrosa región turca.
De esas personas, muy pocas salieron a la superficie, y sus vidas transcurrieron, desde el principio hasta el final, bajo tierra. Este fenómeno duró varios siglos, no se ha precisado el número.
Bajo la tierra, como si fuera un hormiguero gigante, a escala humana, construyeron sus cocinas, sus baños, sus comedores, dormitorios, etc.
Deseo recalcar tres cosas: 1) había miles de personas,  2) jamás salieron de allí y  3) durante siglos.
Entre ellas, las ciudades se comunicaban por larguísimos túneles de varios kilómetros.

Los seres humanos que pueblan aún algunas zonas del planeta y que no han salido nunca de lo que llamamos la Prehistoria, viven ajenos a toda noticia del resto del mundo humano.
Sólo una cosa: le temen, y no quieren saber nada de él.

Una mujer de mediana edad -pongamos 47- y mediana figura -pongamos entradita en carnes-contempla una vez más una telenovela sudamericana -su favorita- en la televisión estatal. Después -lo tiene todo controlado- empieza el programa de cotilleos -de telecinco- en que un homosexual con mala leche mete el dedo en las heridas de los demás hasta no dejar ni gota de sangre en ellas.
Así pasan los días, y ella se siente feliz en su humilde vida de televisión, fregona, cocina, compra y esperar al marido y los hijos.
La altera un poco que la vecina lleve siempre tacones muy altos y se ponga coquetos gorros de vez en cuando.

viernes, 11 de febrero de 2011

Pasará

Pasará. Eso canta Javier Ruibal, en pleno delirio de su cordura. Pasará.

Que pasará, eso ya lo sé. Eso ya lo sabemos. Porque todo pasa. Pasó el sufrimiento de Bibi Aysha. Pasó la muerte de mi tía, el año pasado.  Pasó la caída de las torres gemelas, el tsunami del sudeste asiático, las cuatro glaciaciones, la guerra de Irak.

Pasará. Y después, ya la memoria tan  sólo recuerda vagamente aquello que pasó. O lo recuerda, pero ya no le duele. O le duele, pero ya no tanto. O se le ha olvidado por completo.

Pasará. Pero mientras pasa, la vida se hace eterna, y cuando ha pasado, aquello sólo fue un suspiro.

Qué es la felicidad? Lo pregunto desde el punto de vista de una niña inocente, a quien se le deja hacer esa clase de preguntas.

Pasará. Pero mientras pasa, ay, el corazón se ahoga en la garganta, mientras pasa. Y la felicidad se escapa por entre los dedos, y se convierte en nada.


sábado, 29 de enero de 2011

El bereber

El bereber la miró a los ojos. Cuando digo -la miró a los ojos-, quiero decir que su mirada era su ser entero a través de sus ojos, hablándole al de ella.
Él, vestido con chilaba y turbante de una bella tela de color índigo.
Ella, vaqueros, pelo largo, oscuro y suelto, camiseta ajustada y pañuelo por encima de hombros y torso, para evitar problemas.
El lugar, una ciudad esculpida en el desierto, frente a su hermosísima gemela ciudad antigua, de edificios de adobe.
La miró nada más verla y luego ella le perdió de vista.
Al salir del hotel, caminó con su grupo hasta un café. Él no tardó en llegar. Esta vez, mucho más directo, se enfrentó a ella y le dijo –ven, te voy a llevar a una tienda-. Allí ella compró una tela como la suya, para hacerse idéntico turbante al de él. Ni qué decir tiene que, en una esquina de la tiendecita, la intentó besar. Ni qué decir que ella se apartó, medio asustada, sorprendida y azorada, pero con ganas de que la hubiese besado. Todo aquello iba mezclado con una ligera pero inquietante sensación de peligro, que lo aderezaba todo con la pasión de la aventura.
Pasión, justo aquello que infla de vida el espíritu y le permite seguir adelante, haciendo que la memoria esboce una sonrisa.

viernes, 28 de enero de 2011

El pensamiento positivo

Quiero compartir lo siguiente, porque me parece de una importancia vital:

"Se ha demostrado en diversos estudios que un minuto entretenido en un pensamiento negativo deja el sistema inmunitario en una situación delicada durante seis horas. El distrés, esa sensación de agobio permanente, produce cambios muy sorprendentes en el funcionamiento del cerebro y en la constelación hormonal. -¿Qué tipo de cambios? -Tiene la capacidad de lesionar neuronas de la memoria y del aprendizaje localizadas en el hipocampo. Y afecta a nuestra capacidad intelectual porque deja sin riego sanguíneo aquellas zonas del cerebro más necesarias para tomar decisiones adecuadas."

Dr. MARIO ALONSO PUIG - Cirujano, investigador de la inteligencia humana y del aprendizaje

Que cada cual haga uso de esto como quiera y/o pueda...

La humillación

La humillación, que es la otra cara del orgullo, existe. Puede que sea invisible, puede no hacérsele caso, puede intentar aplastarse, pero esta ahí y lo estará siempre, latente, como un tigre agazapado, a la espera de su presa. La humillación ha movido grandes guerras, grandes revoluciones sociales. Decir que todo esta bien, que no pasa nada, y hacer como si es así, es una cosa. Pero que sea realmente así, es otra. La humillación, como la violencia, no se puede ningunear, porque a la larga, sale multiplicada, propulsada, por una fuerza equivalente a aquella con la que se reprimió.

El día de hoy

Si la vida es  sólo el transcurrir de los días, tratando de divertirse y disfrutar de los pequeños momentos, todo está siempre bien.
Uno puede no tener nada, pero ahondar en el momento, centrarse en su propia respiración, meditar sobre su ombligo, y entonces, sentir que no carece de nada ni de nadie. Morir, incluso, y sentir que se es rico, que se está lleno, que se es pleno y realizado. Pero acaso eso no es engañarse a uno mismo? Y acaso no es cierto que es imposible engañarse a uno mismo? Si uno pudiese ser feliz tan sólo aceptando lo que tiene, nada tendría sentido, nuestros objetivos vitales serían sólo caprichos, el amor de pareja seria un antojo egoísta, las inclinaciones sexuales un arrebato estupido.