jueves, 30 de mayo de 2019

La energía es silenciosa

Se dice que lo más importante de este mundo es la energía. Se dice que lo forma y conforma todo, que somos energía, que la materia es energía al cuadrado y viceversa, que somos ondas que vibran a determinadas frecuencias y muchas cosas más que se dicen sobre la energía, como que hay energía solar, y eólica, y gente que tiene buena energía y mala, y que sin energía se forman guerras por energía y muchas más cosas. Pues bien, la energía que yo voy a mencionar existe y es palpable, no como la de la ecuación de Einstein o el resto de energías, que se dice son vitales -esenciales- pero que no se pueden palpar. La energía que yo trato aquí es la energía del alma, y esa lo mueve todo, y sin ella no somos nada, simplemente no somos, ni nosotros, ni el resto del mundo, ni las otras energías, las que causan las guerras y hacen que tengamos luz. La energía de mi alma se quedó prendada de la energía de otra alma y juntas ya se quedaron para siempre y nunca pudieron la una olvidarse de la otra.

martes, 28 de mayo de 2019

Rashid

Rashid se me pegó a los ojos y ya nunca pude más que ver por los suyos, pues ciega me quedé de mi propia vista. Y era el suyo un mundo extraño, de gritos, de pequeñas crueldades, de olores a comida, a tierra, a sudor y a sangre de corderos degollados. Era un mundo también de sonidos: del burro rebuznando en mitad de la fresca y estrellada noche, o en medio de la siesta en el soleado día; de niños pequeños llorando, de perros siendo maltratados por chicos aburridos y faltos de compasión; de múltiples hermanos, pan recién hecho, té caliente y conversaciones eternas, en el suelo, sobre alfombras y cojines. Rashid era una serpiente disfrazada de hombre joven, una serpiente hermosa, dulce, cautivadora, pero una serpiente. Y, como tal, mordía.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Cuba

Cuando estuve en Cuba, unos ojos se me clavaron. El era muy joven, yo no. El pertenecía a la montaña, a la holgazanería de tarde, a las horas muertas de la siesta, fumando puros recién madurados, a las conversaciones revolucionarias - como si todavía se pudiese hacer revolución en los tiempos de los centros comerciales-, a la añoranza del Che, a tierra de guajiros, a sonrisas cómplices de machos, en un mundo cargado de críticas al eterno masculino. El era joven, muy joven tal vez, pero con ojos de pirata viejo. Esa mirada clavada en la mía, esas miradas desnudan el alma y lo saben. Creo que, cegada por la montaña, el viaje a la selva tropical, los pantalones cortos y la camiseta ajustada, el sombrero denotando mi no pertenencia al lugar, mi venida de otro sitio, probablemente rico, próspero, libre, feliz, o al menos más rico, más libre, más próspero y más feliz; pues bien, creo que llevada por el aroma del puro, los pósters de un Che joven, exultante de belleza y furia, los caballos, el calor, el polvo de los caminos, los huertecillos, las gallinas voladoras y los hombres, arremolinados por doquier, mirando como hombres, habría sucumbido a los ojos de ese tipo. Me salvó -o me quitó la oportunidad de abrir una puerta al corazón- mis responsabilidades con la vida, con mi vida. Pero cierro lo ojos y veo esos ojos, llamándome sin tapujos, diciéndome: -ven, que lo dejo todo, que tú también y empieza nuestra historia. Nuestra Historia.