lunes, 23 de noviembre de 2015

Conflicto

Sentada aquí frente al ordenador, en mi apacible habitación blanca, que llamo así porque todos sus muebles, cortinas y paredes son de ese color, pienso en que tal vez de aquí a un rato estalle en este documento, también blanco, una bomba de relojería interior en forma de texto. Que ese milagro se produzca, esa bella coincidencia de ideas, de sonoras palabras e imágenes alegóricas que tal vez me lleven al éxtasis artístico. Quien escribe, sabe a lo que me refiero y sabe también que, sin ese dejarse capturar de los sentidos por un extraño ímpetu en la mente y los dedos, si eso no sucede, no merece la pena el sentarse a escribir. ¿Qué sería de mí si no supiese que en el fondo de mis días rutinarios, mis salidas y venidas, mis felicidades o tristezas -las de más o menos cualquiera- que al final, en la base de todo eso se halla latente mi verdadero yo, esperando a que lo vaya desmadejando y que, cual oráculo, me acerque a él a que me desvele mis verdaderos sentimientos?. Sinceramente, puedo vivir sin escribir y de hecho, la mayor parte del tiempo, no sé si para mi suerte o mi desgracia, lo hago. Pero sé que esto está aquí, esto que no sé ni lo que es, una especie de fuego interior, de llama sagrada, de misterio iniciático al que yo,muda, hipnótica y anestesiada me acerco de cuando en cuando y me dejo envolver e inundarme con él. Ahora ya no sé ni lo que escribo. Hay un misterio más allá de las galaxias, de los universos multicoloridos e incluso de los multiversos. Hay un misterio más allá de tus ojos clavándose en los míos, de tu piel salada al contacto de mi saliva, del ardor que me quema cuando pienso en ti. Más allá de la vida o de la muerte, o tal vez no más allá, sino de su mano porque son la misma cosa: es nuestro yo verdadero. Yace ahí, en alguna parte de la realidad, de la existencia, de todo esto que nos envuelve y que no sabemos qué es. Parece mentira que bajo esta aparente calma resida un león agazapado, dispuesto a saltar a matar.