sábado, 3 de septiembre de 2011

El sexo

Se aspiraba el olor visceral a piel, a líquidos, a vapores salados que venían directamente de lugares muy oscuros.
El tacto de unas manos calientes lo empañaba todo, todo, absolutamente todo. La mente ya no podía sino respirar, respirar, respirar. Y no pensar. Y respiraba humo, saliva, y corrientes eléctricas.
La mente, agotada, se echaba a un lado, a aquel lado en el que dejaba de ser ella misma.
En círculos concéntricos el corazón y la cabeza marchaban detrás de los vapores de negro incienso.
Las yemas de unos dedos gigantescos rozaban los cuerpos enteros, lenta y pegajosamente.
Era solamente un cuarto en penumbra, pero en aquel cuarto en penumbra los cuerpos lo ocupaban todo, todo, todo.