jueves, 1 de diciembre de 2011

Ideas desesperadas

A veces, en mitad del sueño, la mujer se despertaba sobresaltada.
Extrañas ideas sobre la vida y la muerte la asaltaban, asustándola, dejándola inquieta y ahogada en el abismo del no saber. Ideas que le susurraban la existencia de otros mundos, de otro conocimiento, de otras formas de relacionarse con el mundo.
Unas veces le decían: “por qué la muerte?”, y otras: “ ¿por qué el envejecer?, y más aún:”tú nunca envejecerás, ¿a dónde vas a ir si envejeces, si mueres?”.
Y la mujer desconocía qué hacer con todas estas ideas, o cómo quitárselas de la mente una vez insertas en ella, así que trataba de apartarlas de su pensamiento dedicándose a las tareas cotidianas que el mundo –una sucesiva cadena de acontecimientos fortuitos o no- le había impuesto: la esclavización de gran parte de su vida a cambio de una casa, ropa y comida.
La mujer sentía que todo aquello, a pesar de ocupar la mayor parte de su tiempo vital, le era ajeno, y que tal vez viviese en una burbuja de cotidianeidad en un universo que tuviera preparado algo más para ella, algo más elevado, más importante, más sublime, más ella misma.
En esa búsqueda de sí misma en un universo infinito-o finito pero inmenso- inteligente o no, la vida se le escapaba día a día entre ollas calientes, ropa por lavar y planchar y suelos por fregar.
Y el espejo le devolvía cada día un rostro más cansado y más desesperado, y una mirada cargada de preguntas.
Mas mientras tanto, en algún lugar incierto, fuera de la burbuja, su verdadero yo, intangible y etéreo, la llamaba a voces, intentando que lo viese.