martes, 28 de mayo de 2019

Rashid

Rashid se me pegó a los ojos y ya nunca pude más que ver por los suyos, pues ciega me quedé de mi propia vista. Y era el suyo un mundo extraño, de gritos, de pequeñas crueldades, de olores a comida, a tierra, a sudor y a sangre de corderos degollados. Era un mundo también de sonidos: del burro rebuznando en mitad de la fresca y estrellada noche, o en medio de la siesta en el soleado día; de niños pequeños llorando, de perros siendo maltratados por chicos aburridos y faltos de compasión; de múltiples hermanos, pan recién hecho, té caliente y conversaciones eternas, en el suelo, sobre alfombras y cojines. Rashid era una serpiente disfrazada de hombre joven, una serpiente hermosa, dulce, cautivadora, pero una serpiente. Y, como tal, mordía.

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