viernes, 25 de marzo de 2011

Una maleta roja

Una maleta encima de un armario. La maleta esta vacía, el armario está lleno de ropa.
La muchacha lleva viviendo en la casa más de tres años.
      La maleta, grande y de un intenso color rojo sangre, aguarda en silencio. Ella no dice     
      nada, las maletas no hablan. ¿Las maletas no hablan?
Cada mañana, cada noche, la muchacha se levanta y se acuesta en su cama. La deja, la hace, la deshace, se mete en ella. Cada día el mismo ritual, varias veces al día.
La maleta está encima del armario.
A veces, la muchacha piensa en quedarse.
Tal vez, en este lugar, puede que, si tal vez se decidiera a quedarse, podría ser feliz.
Ella no sabe que puso su gran maleta roja encima del armario guardarropas y que, haga ella lo que haga, piense lo que piense, aquello está allí, flotando en el ambiente caldoso de su subconsciente, en el limbo de su mente.
¿Cambiaría ella de opinión si lanzase la maleta al río, si se deshiciese de ella como uno se deshace de un cadáver? ¿Será que los objetos no son tales, sino que, tal como si estuvieran dotados de vida propia, deciden sobre la vida de uno?
La muchacha no lo sabe, y tampoco lo piensa.
Un pensamiento así no es digno de ella, ni de nadie, más que de un loco o de un perezoso.

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