sábado, 19 de febrero de 2011

Monstruos

La muchacha se miraba al espejo, cansada de oír que era bella, realmente bella. La gente la admiraba por la calle, los hombres la miraban , le escribían cartas de amor, morían por aquellos ojos suyos, por aquellos labios, decían.
La muchacha se miraba al espejo. Ella veía unos ojos, una nariz, una boca. Miraba y remiraba aquellos rasgos, en busca del secreto de la felicidad. Colocaba el espejo de cara a su figura, y donde los demás añoraban un cuerpo de ensueño, ella tan sólo descubría una piel gastada, una masa informe, un conjunto de huesos, músculo, vísceras, revoltijo de pieles arañando su esencia.
Donde todos hallaban una hermosa sirena, ella encontraba un feo escarabajo.

Uno por uno, la muchacha a sus novios los fue rechazando. El amor se acercaba, mas el  montruo lo alejaba enseguida, pues el monstruo la amaba. Y ella le amaba a él.

Uno por uno, aquellos príncipes de porcelana y sueño, le ofrecían tesoros, palacios, la vida entera, el amor.
Ella creía amarles, les sonreía, les abrazaba, les hacía elevarse al cielo.
Mas al final, el monstruo les expulsaba para siempre.

En la soledad del espejo, la muchacha lloraba por su suerte amarga: "¿qué he hecho yo, Dios mío, para ser tan fea?". El monstruo se reía, con dientes picados, sabiéndose vencedor una vez más.

Él veía lo que todos: una hermosa mujer, tan dulce y serena que, por ella, hasta el alma se daba.

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