jueves, 4 de agosto de 2011

Tras el mar

En aquella isla desbordante dejaba todos mis recuerdos.
Conforme el barco se alejaba, la brisa cargada de sal me lanzaba a la mente todas aquellas tardes en lo alto de las rocas, contemplando el mar.
¿Que sería de él, de mi amor?
El ruido del ferry llenaba mis oídos por momentos, gritándome que no me fuera, que no abandonara, que tarde o temprano, con constancia, conseguiría aquello que anhelaba.
Pero yo ya no quería escuchar. Desde muy niña, cuando no podía soportar algo -un comentario sobre mí oído furtivamente, a mis espaldas, un castigo pendiente por una trastada hecha, una mala mirada de alguien querido por mí-, cuando algo me hacía daño, daño en el alma, huía de ello, me refugiaba en mí misma, en mi imaginación,
cubría mis oídos con las manos y repetía, a veces mil veces, una palabra distractora, para olvidar aquello que me perturbaba.
Desde niña, aprendí a huir de mis sentimientos.
No había vuelta atrás. El barco se iba, la playa desaparecía ante mi vista cargada de lágrimas. La belleza me dejaba sin habla, una vez más.
_Si algún día me establezco en alguna parte, si algún día me convierto en una persona normal, con una casa y un trabajo estable_, me dije a mí misma, _juro que será aquí, aquí, en esta isla_.
La isla se me había clavado en el alma como el amor se me había clavado en el cuerpo, como un aguijón. Con un veneno lento me consumía la tristeza.
¿Por qué algunas personas sienten con tanta intensidad?; ¿por qué no podemos ser todos iguales?; ¿por qué no podemos amar sin más, con alegría, y olvidar sin más, con facilidad para empezar de nuevo?
Mi alma era como ese mar que dejaba atrás, todo lo empapaba tan profundamente que era incapaz de deshacerse de aquello que una vez hubiese formado parte de ella.
_Nunca más volveré a verte, lo juro_, le grité al viento.
Mas fue un grito silencioso, tan sólo para mis oídos.
Las aguas oscurecidas se movían turbulentas, por el paso del barco; el aire se iba haciendo más frío, en el horizonte la luna dejaba ya sus rayos sobre el reflejo del mar. Algunos pasajeros charlaban mientras contemplaban la puesta de sol al retirarse el ferry. Un intenso olor a café me llevó hasta dentro, el cielo estaba oscuro y estrellado.



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