domingo, 14 de abril de 2019
Paraísos en la Tierra
Soñé que nadaba en aguas cristalinas, de color turquesa, aguas de mar, de un mar de plata azul clarísimo, transparente, que se absorbía por los poros de la piel, que respiraba conmigo, que se me metía por los ojos y me inundaba de la idea de paraísos extraños, inalcanzables.
Soñé más de una vez con ese mar, una y mil veces soñé.
Lo buscaba en la vida despierta, mas nunca lo hallaba.
Y cada vez que soñaba con él, despertaba con la idea de tenerlo entre mis manos, en un pellizco al aire, deslizándose de mí.
Sentía que ese mar existe, que es la clave de muchos y grandes enigmas, que era un mar de alma y no de cuerpo físico, que hay algo más de lo que vemos y que no está a la vista, y de cuya existencia da prueba ese mar.
Aterricé un día en una playa de arena blanca y fina, de agua tan turquesa que daña a la vista, en cuyas aguas pienso que la gloria existe y que se halla en ellas.Día tras día me despierto y miro el agua y su color es más bello que cualquier cuadro que el mejor artista pudiese jamás pintar; es más, nunca existirá artista alguno que pueda acercarse, siquiera de lejos, a igualar tanta belleza. Sin embargo, no existe en esta belleza terrenal nada que pueda acercarse, siquiera de lejos, a aquel mar de mi sueños, aquellas aguas de mi alma que son cofre sellado de universos paralelos, de bíblicos tesoros, de amores durmientes, de la verdadera esencia de mi yo.
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